I
Esta ciudad no nos pertenece,
nosotros pertenecemos a ella.
II
Aquí
la ciudad se vive.
Amamos esta tierra
porque nos costó el orgullo;
aprender a llevar el desierto en la sangre
y en la respiración.
Pertenecemos,
somos parte de ella,
no hay duda.
III
Despierta el asfalto
también la remembranza del desierto.
Aquí,
donde el poder es una serpiente
que nunca cambia de piel,
se han cerrado las puertas.
En esta tierra perdida
las líneas podrían ser invisibles.
Este lugar es un estado de emergencia.
Ellos lo saben,
por eso buscan en el aire.
Un perro guardián te da la bienvenida,
te aprueba con su olfato.
Este lugar es un estado de emergencia.
Disfruta solo la mitad del aire,
la mitad del paisaje,
de los atardeceres que resbalan por el río.
Divide el pueblo,
la historia,
la sangre:
eso duele
aunque sea lo cotidiano.
Es fácil escribir frontera,
pero no es fácil entender
que una línea nos vuelva distintos.
IV
Llegué al corazón de la ciudad,
con pies de prisa,
sin percibir el espíritu del río;
esa esencia dual
de asfalto y agua
que marca el fin del mundo,
que lava la pobreza
y ahoga la esperanza.
De un lado los ilegales
buscando cruzar la línea,
del otro los deportados
y en medio yo;
sin saber
si borrar la línea divisoria
o marcarla con una trágica advertencia.
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