Nunca encuentro la forma de entablar una conversación espontánea con los otros, con las personas extrañas que habitan el día.
¿De qué puedo hablar con ellos? Nunca encuentro una respuesta y entonces mi mente se queda en blanco. Me limito a sonreír, con torpeza, porque es algo que no acostumbro. Escondo mis manos en los puños cerrados, y mis palabras en un silencio prolongado, incomodo (a veces funesto).
A pesar de todo nunca he sido una persona hostil. Valoro la presencia y existencia de los otros. Por eso siempre escucho atentamente. Pienso que quizá compense mis silencios con mi atención. Entonces callo, escucho y trato de entender la vida de los otros por un momento.
Por eso siempre estoy rodeado de gente, porque en un mundo en el que todos necesitan ser escuchados, a mi me gusta callar (y escuchar).
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